"Primero debes alimentarlo cuando nace, porque debes aprender a respetar la vida, a proteger al desválido, a cuidar al indefenso. Luego, al acompañar su crecimiento, aprendes el sentido de la responsabilidad. Cuando lo amaestras, comprendes que a veces es inevitable dar órdenes. Y cuando finalmente lo sacrificas para que tu familia coma, aceptas que ningún hombre puede ser totalmente piadoso si quiere sobrevivir. Debemos sobreponernos a la lástima y al dolor, porque así es la vida. Hay que comer, por muy civilizados que seamos, tenemos hambre y sed."
El rebelde les había contestado:
"Vuelvan al siglo xx. Allí encontrarán toda su muerte y su falta de piedad. Cómanse los unos a los otros, si quieren. Pero yo no mataré a este pobre chivo al que cuidé desde que nació."
Pero Eziel contaba con el arma más poderoso con que un hombre pueda contar para vencer el miedo: la indiferencia total ante su destino.
Las personas pueden explicar por qué hacen las cosas, pero en el fondo tampoco lo saben.
No tienes más opción que elegir la mejor opción.
Me resultaba menos oneroso mentir y robar que aceptar lo que me había ocurrido.
Todos éramos utensilios, animados por un soplo de aire, que podía interrumpirse en cualquier momento.
Pero tal vez, pensó Eziel, no había otro modo de cumplir los grandes sueños más que dejarlos suceder distraídamente, más que dejándose llevar. Actuar en un sueño propio como si uno no fuera el protagonista de su propio sueño. Cuando Eziel pensaba en la palabra "sueño", mientras dormía no le daba a esta palabra el significa de dormir, sino sueño en tanto anhelo, deseo por cumplir. Y entre lo que había anhelado y lo que le estaba pasando, había tanta diferencia como entre el sueño y la vigilia. Despertó.
La vida entera era una prueba para la que los hombres no estaban preparados.
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